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  • Foto del escritorÁlvaro Trella Castaño

En tiempos de crisis acudir a Kant

Actualizado: 24 mar 2020




¿Qué ocurrirá cuando todo comience a volver a la normalidad? ¿Habremos cambiado? ¿seguiremos siendo las mismas personas que éramos antes de vivir una situación como ésta? ¿Habremos aprendido algo? ¿Seremos mejores o peores que antes?


Responder a estas preguntas no es tarea fácil, pero es una tarea necesaria para comprender hacia dónde vamos y cómo somos los que vamos allá donde se supone que vayamos.


Esta situación va a marcar, si no ha marcado ya, un antes y un después en nuestras vidas y en la concepción que tenemos tanto de nosotros mismos como de la especie humana en general.


La emergencia sanitaria que estamos viviendo está sacando tanto lo peor como lo mejor de nosotros. Esta lucha de impulsos contrarios que reside en nosotros y que en condiciones normales mantenemos en armonía o equilibrio se ha roto estos días a favor de uno de los extremos.


Hemos visto personas que, vencidas por la incertidumbre y el pánico, han vaciado a la carrera las estanterías de los supermercados, cogiendo muchos más productos de los que realmente necesitaban, haciéndonos ver que cuando las cosas se ponen feas el ser humano regresa a un estado en el que la regla principal es la de “sálvese quien pueda” y “todos contra todos”.

Thomas Hobbes

Hobbes afirmó que, en el estado de naturaleza previo a la formación de la sociedad, “el hombre es un lobo para el hombre”. Por suerte, esta emergencia sanitaria que estamos viviendo no nos ha hecho volver a ese supuesto estado de naturaleza previo. ¿Y si en lugar de una pandemia global fuera una guerra que nos afectara directamente? ¿Y si fuera una catástrofe mayor? ¿Cuáles serían nuestros límites? ¿Quiénes serían lobos y quienes corderos? ¿Nos ayudaríamos entre nosotros o nos veríamos mutuamente como obstáculos para la supervivencia?


También vemos personas que, teniendo toda la información disponible y sabiendo la situación en la que nos encontramos, deciden saltarse las precauciones y salir tranquilamente de paseo o varias veces al día, buscando mil y una excusas para poder hacerlo, poniéndonos en peligro a todos. Por suerte, estos casos no son la mayoría, sino la minoría. De lo contrario estaríamos ahora mucho peor de lo que estamos.


Hay miles de profesionales librando una batalla descomunal por nosotros. Desde el principio, otros millones de personas han decidido mantenerse firmes y no dar un paso atrás en su humanidad, venciendo al miedo y al pánico con cordura, valentía y sentido del deber y responsabilidad. Cada noche, millones de personas salimos a nuestros balcones y nos unimos en un mismo aplauso que expresa no sólo un agradecimiento inmenso a los profesionales sanitarios, sino también un sentimiento de ánimo y coraje que nos conecta y nos hace mucho más fuertes de lo que cada persona es por sí sola. Nuestras acciones importan, más que nunca, en situaciones como ésta.


Si analizáramos todas las acciones individuales que estamos realizando estos días y las razones o impulsos que nos llevan a realizar esas acciones, e intentáramos calcular el valor medio que recogiera la razón o impulso principal de las acciones que realiza la mayoría de la sociedad, ¿Qué primaría estos días? ¿El deber o el deseo? ¿La responsabilidad o la irresponsabilidad intencionada? ¿La libertad conforme al deber o la libertad conforme al deseo y el apetito? ¿Cuál crees que sería el resultado?


Una tarea de este tipo es demasiado compleja; por lo que, siendo más realistas y ajustándonos a lo que tenemos más a mano, podríamos analizar nuestras propias acciones, las razones o impulsos que nos llevan a realizarlas y el valor moral de la que emanan estas razones e impulsos. Seguidamente deberemos calcular el valor medio de la fuente de nuestras acciones y de este modo obtendremos el valor moral promedio que origina la mayoría de nuestras acciones.


Eliminando lenguaje formal y tecnicismos, la cuestión se encuentra en determinar cómo nos estamos comportando estos días, reflexionando sobre que valor moral promedio o impulso origina la mayor parte de nuestras acciones y si lo que estamos haciendo es positivo o negativo para el bien común en esta situación.


Una vez tengamos este valor promedio, propongo acudir a Kant. ¿Por qué? Hacemos un paréntesis y lo vemos.


Immanuel Kant

Immanuel Kant propuso una especie de principio moral universal con el que guiar nuestras acciones. A esta regla moral universal la denominó “imperativo categórico” y venía a decir que debíamos actuar siempre según un principio moral que surgiera de una buena voluntad y que quisiéramos que todo el mundo siguiera, siendo un ejemplo a seguir y queriendo que todo el mundo se comportase de la misma forma, no por las consecuencias de la acción, sino porque la acción es buena en sí mima. Es lo que debemos hacer, sencillamente porque debemos hacerlo.


Por ejemplo, si me digo a mi mismo "debo mentir siempre" (vamos a llamar a esta regla moral personal "máxima") y todo el mundo mintiera, es decir, si mi máxima se hiciera ley universal, la comunicación sería inviable. Por tanto, la ley moral universal es "debo decir siempre la verdad", porque decir la verdad es un acto bueno en sí mismo y un deber moral.


No ha tenido pocas quejas este imperativo categórico, muchas personas se preguntan si no es demasiado estricto y si es posible que siempre actuemos conforme a un deber moral que queramos que todo el mundo siga. ¿Es posible una vida dedicada al deber moral?


Más allá de las posibles críticas, ahora podremos ver un poco más claro cuál es el propósito de traer a Kant y su imperativo categórico a nuestra tarea.


Una vez calculado el valor moral promedio que guía nuestras acciones estos días, podemos incorporar la propuesta Kantiana a nuestro análisis y reflexionar sobre lo siguiente: ¿Querría que todo el mundo se comportara estos días como yo me estoy comportando? ¿Cuál es el principio que guía mis acciones? ¿El deber? ¿Mi libertad absoluta? ¿Mi deseo, aunque esto no implique bien común? ¿Sería positivo o negativo que todo el mundo guiara sus acciones conforme al principio por el que yo guío las mías?


Si al contestar estas preguntas te dieras cuenta de que, si tu comportamiento se hiciera universal, si todo el mundo lo hiciera igual, sería una catástrofe para todos, entonces tienes que cambiar algo. Comprenderías entonces que no lo estas haciendo bien y que lo que haces no traerá nada positivo a la situación que estamos viviendo actualmente.


En nuestro experimento hemos aplicado la propuesta kantiana al valor promedio de nuestras acciones, es decir, lo hemos aplicado a un nivel general y no concreto. En cambio, Kant propuso el imperativo categórico para cada una de nuestras acciones, no para el valor promedio que se desprende de todas ellas. ¿Qué te parece su propuesta? ¿Viable? ¿Es una buena guía moral para nuestra vida? Que cada cual llegue a una conclusión.


La situación de emergencia sanitaria que estamos viviendo es una oportunidad de reaprendernos, conocernos a nosotros y a los demás, conocernos como sociedad y como especie y transformarnos en aquello que creemos que debemos ser, la mejor versión de nosotros mismos que podríamos ser.


Friedrich Nietzsche

Como decía Nietzsche, la vida es un acontecimiento trágico que debemos aceptar y afirmar con todas sus consecuencias, dando un “sí” rotundo a la vida. Pese a las desgracias que estamos viviendo podemos extraer de esta situación trágica una lección, un aprendizaje que sirva para hacernos mejores personas y para mejorar nuestro mundo.


¿Sabremos entendernos y mejorarnos? ¿Volveremos a la normalidad habiendo aprendido algo? ¿Cómo será esa nueva normalidad?


Solo podemos hacer lo que se encuentra dentro de nuestras posibilidades. No todas las personas son científicos que pueden encontrar una vacuna, no todos somos sanitarios que podemos luchar en los hospitales, pero todos podemos decidir sobre qué hacer o no y reflexionar sobre si lo que hacemos mejorará el mundo o lo empeorará. Podemos decidir dentro de nuestro ámbito de actuación; esto no es poco.

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